Comenzó a soplar un gélido y fuerte viento sobre el rostro de los hombres del Albatros Borracho. Temerosos observaban como las amenazantes nubes del norte se aproximaban al encuentro de la embarcación. Algunos más expertos sólo apretaron sus dientes y se dispusieron a recoger rápidamente las velas. El forastero tenía que llegar como fuese a su destino así es que los ayudó a tirar de las jarcias y a asegurar la carga a como diese lugar.
Un deslumbrante relámpago les avisó que la tormenta ya no esperaría más. El aguacero se dejó caer de golpe, con gotas grandes y pesadas. El mar se revolvió furioso y levantaba grandes paredes de agua que rodeaban el barco y que trataban de tirarlo lejos, muy lejos donde no molestara.
Entre trueno y trueno se escuchaba una leve melodía que llamaba a la calma. Podríamos decir que algunos marineros pensaron que era la dulce melodía de la muerte insana. Otros pensaron que las ondinas esperaban, ansiosas, que cayera algún hombre que les sirviera como entremés.
—¿Cómo es que puede silvar, como si nada, con esta tormenta?— preguntó el segundo oficial Sopapo al forastero.
—Me ayuda a sobrellevar el miedo— respondió éste, nervioso. El forastero por lo general no le temía a nada, excepto claro, a las cosas que no podía controlar.
—¿Y se podría saber para qué quiere llegar a las tierras del Norte?. Lo pregunto porque allá, que yo sepa, no hay nada interesante. Esas tierras han sido suficientemente exploradas.
—Si claro, han ido bastantes exploradores que, por cierto, no han vuelto... Que yo sepa no se sabe mucho de ellas... solo que están malditas.
—Bueno, esos son detalles. Que una tierra esté maldita no es una cosa del otro mundo. Usted sabe... demonios, brujas, políticos, escritores, dragones sulfurosos y toda esa fauna folclórica.
—...Y aquella cosa...
—¿Perdón?.
—No, no me haga caso. Las tormentas me ponen nervi...
...No concluyó la frase, no por un capricho del autor; lo que sucedió fué que en esos momentos se quebró un mástil menor arrastrando consigo al capitán Legwood y a dos infantes incautos que querían aprender el oficio.
En el gran mar del Caldo Caliente era fácil ascender de rango. Era el pan de cada día. Y Sopapo no pudo evitar sonreír al saberse capitán. —¡Amarren ese mástil!— gritó eufórico. —mantengan la proa hacia el norte...aseguren esas velas...jajajaja...
Lamentablemente un rayo le cayó encima carbonizándolo tan rápido que su risa continuó por algunos segundos. Luego vino algo también común en el gran mar del Caldo Caliente. Cuando morían el capitán y el segundo oficial, los hombres decidían quién sería el nuevo capitán con una gran batalla. Comenzaron las rupturas de craneos y fracturas de huesos, las roturas de mandíbulas, las evisceraciones y demases. El forastero decidió no participar esta vez en la fiesta y se encerró en el camarote. No le agradaba mucho el mar. El mar lo ponía nervioso, sobretodo cuando habían olas de unos cuantos cientos de metros tratando de voltear el barco.
Cuando pasó la tormenta subió a cubierta y se encontró solo en la inmensidad de las aguas. Todos los hombres habían muerto. "Vaya —pensó—, al final resulté ser yo el capitán... bah!". Y contento con su nuevo barco enfiló rumbo al norte silvando feliz al viento.
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