Sitta, un basset alemán de pelo largo dormitaba tranquila en su cesta en la casa de su amo. Todo era igual que siempre a no ser por los electrodos que le habían colocado para medir sus latidos cardíacos. Su corazón latía sin alteraciones a razón de 66 veces por minuto.
También su amo, el profesor Otto von Frisch, como de costumbre se encontraba sentado en su escritorio de espaldas a la perra. De pronto y sin moverse murmuró la palabra katzi (diminutivo de gato en alemán). Sitta siguió tendida en su cesta como si aquello no le interesara. Sus ojos permanecieron cerrados, las orejas quietas y ni siquiera la cola se movió. Sin embargo, el electrocardiograma develó un súbito aumento de los latidos. De 66 pasaron a 102. Bajo aquella aparente indiferencia, la perra había producido una explosión de sentimientos... quizá loca por ahuyentar a un gato hacia los árboles, pese a tenerlo prohibido.
Lo mismo pasa con nosotros. Si tomamos el pulso de una persona al mencionar a su mas odiado enemigo, veremos que el ritmo cardiaco aumentará —salvo casos de especial excitación— en dos a tres impulsos por minuto. Esto nos demuestra que los perros se ven sacudidos por afectos u sentimientos mucho mas intensos que los nuestros. Los animales sienten una ira mas vehemente, un miedo mas horrible, una alegría que se desborda, una pena que los paraliza, una esperanza y unas ansías que los hacen jadear, y —debo decirlo— también las efervescencias de sus instintos sexuales son arrebatadoras; incluso su apego y su fidelidad, la simpatía que son capaces de sentir por sus amigos, pueden ser de una intensidad asombrosa!!!
No obstante, los sentimientos de los animales son, también, mucho más fugaces que los nuestros. El tipo que sacaba de sus casillas al perro detrás de la valla, queda olvidado a los pocos instantes. Un experimento con este simple “detector de mentiras” pudo demostrar por fin, lo que un verdadero amigo de los animales no puso nunca en duda, pero que todavía es discutido por algunas personas: ¡Simplemente, que los animales también tienen sentimientos!
Claro que muchos quisieron explicar toda actitud animal aplicando la “teoría de los reflejos” de Pavlov. ¿Qué es un reflejo? Lo podemos entender como cuando el médico nos golpea la rodilla y la pierna se dispara hacia arriba, o cuando una luz hace que se cierren nuestras pupilas o cuando el olor a asado hace que comencemos a secretar saliva... el reflejo tiene como efecto, una acción compulsiva y absolutamente impasible. Así se enseño por decenios que “no se debe humanizar a los animales ni atribuirles sentimientos, ya que los sentimientos están reservados a los hombres”. Esta eliminación del alma de los animales tuvo consecuencias aun peores que la valoración moral o económica. Así se permitía maltratar a los animales en provecho del hombre porque no poseían sentimientos...
Aquí es donde aparece la “teoría del instinto”. ¿Qué es un instinto? Un ejemplo: un petirrojo domesticado daba alegres saltitos en le mesa del profesor. De repente éste sacó un pequeño penacho de plumas rojas. La primera reacción del pájaro fue de susto. Luego su plumaje erizado reveló enojo. Indignado arremetió contra el rojo penacho y empezó a golpear y picar al “petirrojo enemigo” que tenia en frente. Aquí tenemos un estimulo: el penacho rojo y una reacción: el ataque. Pero en contraste con la conducta refleja, en el instinto entre el estimulo y la reacción se halla lo decisivo: un sentimiento —la creciente ira— que solo al cabo de un rato induce a la reacción, que es el ataque. Así se descubrió el “motor interno” de toda conducta, siempre que no sea guiada por reflejos o por la razón: el sentimiento. Son los sentimientos los que impulsan a toda criatura a hacer algo o, si se trata de un estado de temor, a no hacerlo.
¿Qué pasa con los insectos?. Cincuenta años atrás, un investigador especializado en abejas hizo un experimento espantoso: “una abeja posada en el borde de un plato de cristal saboreando miel, está tan cautivada que ni siquiera se da cuenta si alguien le corta la parte posterior del cuerpo. El insecto sigue chupando miel pese a que esta vuelve a salir por el abdomen seccionado”. Esto se consideró como prueba de que los insectos no sentían nada.
En 1965 el profesor Vincent Dethier descubrió y demostró que los insectos sienten dolor. La perdida de una pata o un ala es sentida por el animal. Esto lo demostró con análisis bioquímicos de insectos con los cuerpos heridos. Éstos envían al torrente sanguíneo (hemolinfa en los insectos) hormonas y otras sustancias necesarias, de manera parecida a lo que sucede en el hombre, en estado de fuerte excitación anímica.
Las abejas pueden llegar a sentir una especie de “añoranza”. Si se caza en una flor, encerrándolas luego en una jaula, en su sangre se derrama una sustancia que les provoca un sentimiento de pánico. De no dejarla pronto en libertad, una abeja morirá de miedo al cabo de pocas horas.
Dr. Vitus B. Dröscher
Etólogo.
¿Qué piensan?... les parece bien ahora, con un poco de conocimiento, maltratar o abandonar a los animales?... ¿tan superiores nos creemos?
También su amo, el profesor Otto von Frisch, como de costumbre se encontraba sentado en su escritorio de espaldas a la perra. De pronto y sin moverse murmuró la palabra katzi (diminutivo de gato en alemán). Sitta siguió tendida en su cesta como si aquello no le interesara. Sus ojos permanecieron cerrados, las orejas quietas y ni siquiera la cola se movió. Sin embargo, el electrocardiograma develó un súbito aumento de los latidos. De 66 pasaron a 102. Bajo aquella aparente indiferencia, la perra había producido una explosión de sentimientos... quizá loca por ahuyentar a un gato hacia los árboles, pese a tenerlo prohibido.
Lo mismo pasa con nosotros. Si tomamos el pulso de una persona al mencionar a su mas odiado enemigo, veremos que el ritmo cardiaco aumentará —salvo casos de especial excitación— en dos a tres impulsos por minuto. Esto nos demuestra que los perros se ven sacudidos por afectos u sentimientos mucho mas intensos que los nuestros. Los animales sienten una ira mas vehemente, un miedo mas horrible, una alegría que se desborda, una pena que los paraliza, una esperanza y unas ansías que los hacen jadear, y —debo decirlo— también las efervescencias de sus instintos sexuales son arrebatadoras; incluso su apego y su fidelidad, la simpatía que son capaces de sentir por sus amigos, pueden ser de una intensidad asombrosa!!!
No obstante, los sentimientos de los animales son, también, mucho más fugaces que los nuestros. El tipo que sacaba de sus casillas al perro detrás de la valla, queda olvidado a los pocos instantes. Un experimento con este simple “detector de mentiras” pudo demostrar por fin, lo que un verdadero amigo de los animales no puso nunca en duda, pero que todavía es discutido por algunas personas: ¡Simplemente, que los animales también tienen sentimientos!
Claro que muchos quisieron explicar toda actitud animal aplicando la “teoría de los reflejos” de Pavlov. ¿Qué es un reflejo? Lo podemos entender como cuando el médico nos golpea la rodilla y la pierna se dispara hacia arriba, o cuando una luz hace que se cierren nuestras pupilas o cuando el olor a asado hace que comencemos a secretar saliva... el reflejo tiene como efecto, una acción compulsiva y absolutamente impasible. Así se enseño por decenios que “no se debe humanizar a los animales ni atribuirles sentimientos, ya que los sentimientos están reservados a los hombres”. Esta eliminación del alma de los animales tuvo consecuencias aun peores que la valoración moral o económica. Así se permitía maltratar a los animales en provecho del hombre porque no poseían sentimientos...
Aquí es donde aparece la “teoría del instinto”. ¿Qué es un instinto? Un ejemplo: un petirrojo domesticado daba alegres saltitos en le mesa del profesor. De repente éste sacó un pequeño penacho de plumas rojas. La primera reacción del pájaro fue de susto. Luego su plumaje erizado reveló enojo. Indignado arremetió contra el rojo penacho y empezó a golpear y picar al “petirrojo enemigo” que tenia en frente. Aquí tenemos un estimulo: el penacho rojo y una reacción: el ataque. Pero en contraste con la conducta refleja, en el instinto entre el estimulo y la reacción se halla lo decisivo: un sentimiento —la creciente ira— que solo al cabo de un rato induce a la reacción, que es el ataque. Así se descubrió el “motor interno” de toda conducta, siempre que no sea guiada por reflejos o por la razón: el sentimiento. Son los sentimientos los que impulsan a toda criatura a hacer algo o, si se trata de un estado de temor, a no hacerlo.
¿Qué pasa con los insectos?. Cincuenta años atrás, un investigador especializado en abejas hizo un experimento espantoso: “una abeja posada en el borde de un plato de cristal saboreando miel, está tan cautivada que ni siquiera se da cuenta si alguien le corta la parte posterior del cuerpo. El insecto sigue chupando miel pese a que esta vuelve a salir por el abdomen seccionado”. Esto se consideró como prueba de que los insectos no sentían nada.
En 1965 el profesor Vincent Dethier descubrió y demostró que los insectos sienten dolor. La perdida de una pata o un ala es sentida por el animal. Esto lo demostró con análisis bioquímicos de insectos con los cuerpos heridos. Éstos envían al torrente sanguíneo (hemolinfa en los insectos) hormonas y otras sustancias necesarias, de manera parecida a lo que sucede en el hombre, en estado de fuerte excitación anímica.
Las abejas pueden llegar a sentir una especie de “añoranza”. Si se caza en una flor, encerrándolas luego en una jaula, en su sangre se derrama una sustancia que les provoca un sentimiento de pánico. De no dejarla pronto en libertad, una abeja morirá de miedo al cabo de pocas horas.
Dr. Vitus B. Dröscher
Etólogo.
¿Qué piensan?... les parece bien ahora, con un poco de conocimiento, maltratar o abandonar a los animales?... ¿tan superiores nos creemos?
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