El Doctor que ama a los animales también amó sin medida. En cada suspiro su corazón se ensanchaba pareciendo que el pecho le iba a explotar. Era más joven, impetuoso, era dueño del mundo. Pero su inmadurez, su excesivo y posesivo amor comenzaron a asfixiar a su pequeña. Ella era libre como el viento y si bien es cierto ella lo amaba, no podía permitir que ese amor se transformara en una prisión. Y entonces, a modo de defensa, ella construyó las más altas e indestructibles murallas que jamás hayan existido. Y se alejó... necesitaba respirar, necesitaba “ser”, vivir...
El Doctor no comprendió. La persiguió... se desesperó. El desamor se trasformó en enojo, en decepción, luego en tristeza, la tristeza de saber que algo que pudo ser muy grande se quedó trunco... sin final, inconcluso...
La tristeza se apoderó de su ser no permitiéndole hacer nada... ¿De qué sirve amar sin medida, si después de todo te lanzan al olvido?. Sólo atinaba a despertarse en la mañana, vivir como zombi durante el día y volver a dormir por las noches. Pasaron días, meses, años... eternos años.
Hasta que un día algo se quebró dentro de él. El aturdimiento y la tristeza asemejan un fino cristal... ese cristal se rompió.
Pensó en cuanto le habían amado, pensó en cuanto amaba aún a su pequeña. Y comprendió que era inútil tener la esperanza de romper esas murallas. Pensó que era hora de hacer algo con ese amor absurdo y sin sentido que aún sentía. Pensó que había tanta gente a la que sólo un poco de ese gran amor podía hacerle tan bien. Y comenzó a amar al resto de las personas. Comenzó a sonreír de nuevo. Le hacía tanta falta. Se convirtió en un buen amigo de sus amigos que lo acogieron en su renacimiento, con los brazos abiertos, con el corazón abierto. Sus padres volvieron a sonreír también, viendo como su hijo volvía a volar...
Comprendió que no importa amar sin medida puesto que el amor es el motor de nuestra existencia. Y es que siempre habrá amor... en todos lados... en tí, en mí, en Dios, en los multiversos en expansión...
Su alma comenzó a brillar con la luz que nos recibe cada nuevo día. Los animales fueron los que más le agradecían ese amor que les brindaba. Aunque fuera un poquito, una rascada de panza, una caricia en la cabeza... cuanto le enriquecía ver esos ojos agradecidos, esas colas saltarinas moviéndose al compás de un corazón feliz.
Esa buena alma que forjaba a punta de amor, esa luz, llegó un día hasta las murallas lejanas de su pequeña. Era tan fuerte, tan potente que quizá logro transparentar aquellas altas paredes, no lo sé...
Se encontraron un bello día de primavera en un café. Hablaron... por primera vez comenzaron a hablar... como se debe hablar... con el corazón pero con la razón en justo equilibrio. Y descubrieron que podían ser amigos. Los mejores amigos del mundo.
...Y con el tiempo... y solo con el tiempo... sobre aquellas firmes y fuertes raíces de su amistad hicieron brotar nuevamente el árbol del amor. Un amor más maduro, mas aterrizado, mas amigo... un amor que se nutre de los cuidados diarios de cada uno... así como las plantas se nutren de la tierra, el agua y el sol.
... el universo se encargó de colocar todo en su lugar, como debe ser... como debe ser... nosotros nos encargamos de lo demás... como debe ser... como debe ser.
1 comentario:
Gracias...
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